Es indudable que la autoestima es algo de lo que se ha escrito y se ha hablado mucho y que su término es utilizado por todos con cierta cotidianidad. No obstante (y precisamente por ello), me apetece hoy dedicarle unas líneas a su reflexión y entendimiento. Porque a veces tengo la impresión de que el término ha perdido la profundidad que se merece y no somos del todo conscientes de la gran repercusión que tiene en la consecución de una vida mental y emocionalmente sana.
La autoestima (o el autoamor) es la base sobre la cual construimos nuestras relaciones, nos relacionamos con nosotros mismos y con el entorno.
Ésta se construye en base a nuestras experiencias a lo largo de la vida (sobre todo en nuestros primeros años de vida, cuando se construye nuestro carácter) y es de suma importancia revisarla y atenderla, pues la autoestima es parte de nuestros cimientos psicológicos y emocionales. Que estos cimientos sean sólidos o inestables depende en gran medida de cómo nos miramos, nos pensamos y nos tratamos. Y en esto, la autoestima tiene un peso fundamental.
Algunas definiciones de autoestima
¿Qué es la autoestima? Son muchas las definiciones que se le han dado al término a lo largo de su historia. Veamos un par de ellas. Virginia Satir, define la autoestima como “la capacidad de valorarnos, amarnos y respetarnos”.
Según Nathaniel Branden, la autoestima es “la predisposición a experimentarse como competente para afrontar los desafíos de la vida y como merecedor de felicidad”.
Ambas definiciones hacen referencia a la parte afectiva y psicoemocional para con nosotros. La autoestima es el compromiso de mirarse y quererse bien.
¿Cómo darnos afecto a nosotros mismos? Cómo mirarnos con buenos ojos, hablarnos y tratarnos con respeto? A veces, sencillamente no sabemos cómo hacerlo (pues faltaron referentes en la infancia) y necesitamos aprenderlo. Otras veces se trata de recuperar esa mirada amorosa hacia nosotras que en algún momento perdimos de vista.
Y es precisamente ahí donde reside el trabajo a hacer. En cómo recuperar o aprender el buen amor hacia uno mismo.
Autoconcepto y autoimagen
Autoconcepto y autoimagen son dos conceptos que están vinculados directamente con la autoestima. Veamos a qué se refieren y cómo se relacionan.
Nos relacionamos a través de la idea que tenemos de cómo somos. Si mi idea es que soy poca cosa o mi autoimagen es la de alguien pequeño e insignificante, cómo me posicionaré frente a la vida? iré a buscar aquello que deseo? me sentiré merecedor de una vida plena y satisfactoria?
El autoconcepto, por tanto, es la opinión que tenemos acerca de nosotros. ¿Cómo me defino? ¿Cómo me percibo? ¿Qué idea tengo de cómo soy?
La autoimagen, en cambio, es la representación mental que tengo de mí mismo. ¿Cómo me veo? ¿Qué imagen tengo de mí? ¿Cómo me visualizo?
Es a través del autoconcepto y de la autoimagen que forjamos nuestra idea del YO. Si autoconcepto y autoimagen son conceptos y visiones pobres o descalificadoras, la autoestima indudablemente se verá resentida. Del mismo modo, si la autoestima es baja, difícilmente autoconcepto y autoimagen serán de calidad. Por tanto, autoestima, autoconcepto y autoimagen son dimensiones que se influyen e interrelacionan y que tendremos que revisar detenidamente.
Mirando la infancia
¿De dónde viene esa idea que tengo de mí misma? ¿Cómo se construyó?
El proceso de desarrollo y aprendizaje en la infancia es esencial en la construcción de nuestro Yo-Idea, en términos de Antonio Blay.
Antonio Blay define el Yo-Idea como aquella identificación con lo que uno cree que ES en base a las experiencias de la infancia y que condiciona y marca nuestra experiencia en el mundo. Según Blay, esto crea irremediablemente un Yo-Ideal al que queremos aspirar para compensar ese Yo Idea que no nos gusta. Por ejemplo, en mi experiencia aprendí que “No valgo”, por lo tanto mi Yo-Idea se identificará con alguien de poco valor y en consecuencia, mi Yo-Ideal será el de alguien con mucho valor. Así mi energía y esfuerzo irán destinados a demostrar mi valía una y otra vez (con el desgaste que eso implica y con el distanciamiento de lo que verdaderamente soy).
¿Qué, de lo vivido en mi infancia, marcó y forjó mi manera de verme? ¿Qué me llegaba de mamá (explícito o implícito) de cómo me veía ella? ¿Y de papá?
En el plano afectivo, tendríamos que preguntarnos: ¿Me sentí querido por mis cuidadores? ¿Me sentí cuidada y protegida? ¿Sentí que me dieron afecto? ¿Me sentí digno de su amor?
Para el recorrido hacia el autoamor, es de vital importancia poder ver y atender cómo se fue construyendo esa forma de verme, entenderme y tratarme. Y cómo puede que ahora persiga un ideal basado en una idea errónea de mí que me aleja de lo que ya soy.
Es necesario hacer una revisión de lo aprendido, tomando conciencia de cómo tal vez en su momento compramos algo que no éramos, o no aprendimos a querernos y respetarnos porque fuera no lo hacían con nosotros. O infinidad de situaciones que nos fueron forjando y que necesitamos ir desentrañando para comprender, elaborar y finalmente actualizarnos en una nueva mirada más limpia, más real y más amorosa hacia nosotros mismos.
Trabajo con el niño/a interior
En el trabajo anterior de mirar al pasado para comprendernos y acogernos en lo vivido, aparece inevitablemente el trabajo con nuestro niño interior. Todos y todas llevamos a un niño/a interior dentro de nosotros el cual necesita ser atendido y amado. Puede que en el pasado, éste estuviera desatendido o incluso fuera maltratado. Puede que fuera invisibilizado o cosificado. Es por eso, que necesitamos un espacio de restauración en el que aprender a cuidar nosotros de él o ella. De poder mirarlo, sostenerlo y acunarlo. De decirle que aquello fue, sí, pero que no tiene porqué seguir siendo ahora si no nos hace bien. La diferencia está en que ahora ya no solo está el niño o la niña sino que hay un adulto que puede acogerlo en sus necesidades emocionales.
Es por eso que necesitamos aprender en el presente a cuidar de esa entidad que es el niño o niña que habita en nosotros. Y eso es básico para una buena autoestima, pues no deja de ser tomar el compromiso para con nosotros de escucharnos, cuidarnos, respetarnos y tratarnos con amor.
La autoestima no entiende de comparaciones
La buena autoestima o el buen autoamor no ES en comparación al otro. No depende de si el otro tiene habilidades que yo no tengo o de si a mí se me da mejor que al otro alguna cosa. La autoestima no entiende de comparaciones, no se basa en ellas, pues va de dentro hacia dentro. Aunque, como ya hemos visto, se construya a partir de la mirada externa y el trato de nuestros referentes hacia nosotros, una autoestima alta tiene que ver con el trato para con uno mismo, independientemente de lo que ocurra fuera.
Si bien es verdad que el entorno nos influye, si hay una buena autoestima, seremos más capaces de animarnos frente a las adversidades, de lidiar con el error o de apreciarnos con nuestras habilidades y también con nuestras limitaciones.
Del mismo modo, podremos apreciar al otro en sus habilidades o éxitos, sin que ello ponga en juego nuestro autoamor y nuestra valía. Podremos admirar al otro (que no envidiar) y paralelamente buscaremos nuestro propio crecimiento y potencial.
Tener una autoestima alta no es ser narcisista
Algunas veces, tendemos a confundir términos tan distantes como autoestima alta y narcisismo. Tenemos miedo de que se nos tache de narcisistas o de egocéntricos cuando ejercemos esa autoestima y decidimos cuidarnos, poner límites al otro o reconocer nuestros dones. Querernos y cuidarnos dista mucho de ser narcisista o egoísta. La autoestima es perfectamente compatible con la capacidad de ver al otro, de cuidarlo y de tenerlo en cuenta. En el narcisismo, sin embargo, hay una idea grandiosa de uno mismo -que nada tiene que ver con la autoestima y el autocuidado- y que dificulta la capacidad de ver al otro.
En base a este error, lo que solemos hacer es censurarnos cualquier signo de autocuidado o autovaloración frente al otro por miedo al juicio externo (que no deja de ser también nuestro propio juicio proyectado fuera) y así confundimos el tener una autoestima alta con el tener una idea grandiosa y soberbia de nosotros mismos. Tal confusión no es más que un obstáculo para ejercer esa autoestima.
La autoaceptación
Albert Ellis nos habla del término de Autoaceptación, que expone así: “La persona se acepta a sí misma plenamente y sin condiciones, tanto si se comporta como si no se comporta inteligente, correcta o competentemente, y tanto si los demás le conceden como si no le conceden su aprobación, su respeto y su amor”.
La autoestima también contempla querernos y aceptarnos con las partes de nosotros mismos que no nos gustan tanto.
Con una buena autoestima tenemos la capacidad de acogernos en los buenos momentos y en los malos. Eso quiere decir, ver nuestras virtudes y potenciales pero también ver y reconocer nuestros errores e imperfecciones. Abrazar nuestras sombras (que no alimentarlas) también forma parte del autoamor.
La humildad es la actitud que contribuye a que podamos reconocer nuestras limitaciones pero también nuestro potencial. La persona humilde es aquella que está en paz consigo misma, pues ve y respeta lo que es y no intenta ser otra cosa. No se pone ni por encima ni por debajo, pues sabe valorarse independientemente del otro.
Cultivar la humildad requiere de un trabajo de autoconocimiento en el que descubrir y tomar lo que uno ES, sin florituras de más pero sin restarse.
Cultivando el autoamor
Ejercer el autoamor requiere de un compromiso para con uno mismo. No es un camino fácil y directo, pues no se trata de formular afirmaciones positivas y listo sino que requiere de ir integrando una actitud para contigo, una forma de mirarte y hablarte donde la ternura y el buen trato estén cada vez más presentes.
La autoestima va ligada a la autocompasión, que es un estado interno de intimidad que nos da la posibilidad de ser más amables con nosotros mismos, sobre todo en momentos difíciles o desagradables (que es cuando más exigentes o crueles nos ponemos con nosotros mismos). Cultivar este estado requiere trabajo y conciencia para primero, poder identificar cuando me trato mal y cómo lo hago y segundo, aprender a cambiar ese diálogo fustigador, esa autoexigencia o ese maltrato sobre mí, por una mirada más comprensiva y/o unas palabras más benevolentes.
La autorealización
La autoestima facilita la autorealización. Es desde la base de una buena autoestima desde donde podremos desarrollarnos al máximo en nuestras capacidades, potencialidades y creatividad e ir a por nuestro propósito de vida. Porque sentiremos y creeremos que lo merecemos. Porque nos comprometeremos con nosotros mismos en la búsqueda de aquello que nos hace sentir plenos.
En definitiva, tener una buena autoestima o una autoestima alta favorece nuestro desarrollo y nuestra salud mental, pues nos otorga una base de autoamor, aceptación y confianza desde la que crecer y desarrollarnos en todo nuestro potencial.
Para empezar a indagar en nuestra autoestima, podríamos probar a mirarnos en el espejo, darnos un tiempo y preguntarnos… ¿Qué veo? ¿Cómo me veo? ¿Qué me digo?
Respondiendo a estas preguntas nos podemos hacer una primera idea de cómo es y si necesitamos mejorar nuestra autoestima.
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Fotografías: Giulia Bertelli / Rod Long
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