Las emociones son necesarias en la vida. Para una buena gestión emocional, es importante sentirlas, reconocerlas y comprender de qué hablan. A diferencia de lo que creemos, no existen para amargárnosla y no se trata de suprimirlas, sino de entender y aprender que cada emoción nos aporta algo. Cada emoción tiene su función. Por ejemplo, la alegría nos lleva al compartir y al relacionarnos con el otro, de manera que así creamos vínculos y nos nutrimos emocionalmente. La tristeza, sin embargo, lo que hace es facilitarnos el contacto con nosotros mismos y nos ayuda a soltar o drenar aquello que necesitamos dejar ir.
“Las emociones nos facilitan la supervivencia y nos acompañan en el camino a relacionarnos con nosotros mismos, con el otro y con el mundo”.
A diferencia de la alegría -emoción a la que normalmente se le da la bienvenida y se la quiere de forma permanente- pareciera que lo habitual en nosotros (y lo que apoya mi experiencia terapéutica) es desconectarnos de las emociones cuando nos resultan desagradables, desensibilizarnos o taparlas de diversas formas (todas ellas creativas).
Casi siempre esto actúa de forma inconsciente y no nos damos cuenta de cómo hacemos para relegar nuestro mundo emocional a un segundo plano en el que queda desatendido, y en consecuencia, quedamos desatendidos y desconectados de nosotros mismos y de nuestras necesidades.
Sensibilizar:
Uno de los primeros pasos en el camino hacia una emocionalidad sana es emprender el camino de vuelta hacia nuestro cuerpo y atenderlo y darle el espacio para sentir lo que necesite sentir. Sería algo así como iniciar un trabajo en el que ir ablandando y reduciendo una piel de elefante, que en algunos casos hemos creado para protegernos de lo desagradable de algunas emociones pero que también nos mantiene en la inconsciencia absoluta (y por tanto en el no saber qué necesitamos).
De esta manera, si ablandamos y escuchamos atentamente a nuestro cuerpo, empezaremos a sentir cosas que antes pasaban desapercibidas.
En otros casos, la persona ya puede ser sensible a lo que siente y sin embargo, no saber qué es eso que siente y qué puede o debe hacer con ello.
Reconocer/ Identificar:
Una vez sensibilizado el cuerpo, el segundo paso será empezar a reconocer y poner nombre a “eso que me pasa que no sé que es”. Por ejemplo, si empiezo a escuchar mi cuerpo y entonces percibo mucha energía concentrada en el estómago cuando mi jefe me pide una tarea a última hora de la tarde, puedo empezar a reconocer que esa energía habla de molestia o rabia. Lo que hago es, a partir de las sensaciones corporales, identificar la emoción y atribuirle un nombre.
Contactar con la necesidad:
Si me permito sentir la emoción y tomar conciencia de ella, estaré en disposición de ver qué me está queriendo decir y qué necesito. Si continuamos con el ejemplo anterior, cuando me doy cuenta de que estoy enfadado con mi jefe por pedirme una tarea a punto de finalizar la jornada, me doy cuenta de que mi necesidad pasa por decirle al jefe/a que no. Y con ello ponerle un límite que a mi me permite salir a la hora establecida.
Gestionar:
Darnos cuenta de qué sentimos y dar espacio a las emociones, es decir, contactar con ellas y con la necesidad de la que hablan, son pasos previos necesarios para hacer una buena gestión emocional. La gestión de una emoción por tanto, pasa por darme cuenta de la necesidad que tengo y de cómo actúo para satisfacerla.
Continuando con el ejemplo, en la gestión yo decido qué hacer con esa necesidad. Podría negarle al jefe/a la tarea que me ha encomendado (y asumir el riesgo que ello conlleve) o bien decidir asumir la tarea y buscar alguna manera sana de sacar la rabia que probablemente todavía continúe en mí. Otra posible gestión seria decidir quedarte, asumir la tarea, pero también poder expresar tu desacuerdo al jefe.
Otro ejemplo con otra emoción; me doy cuenta de que me siento triste porque acabo de dejar una relación de pareja y la echo de menos. Lo que necesito es contactar con la pérdida que supone y poderla llorar. Decido darme el espacio para llorarla y decido si quiero que sea en soledad o acompañada/o por algún amigo/a.
¿Veis la importancia? Si no hay conciencia, hay piloto automático. Puede que ni me de cuenta que necesite llorar, o que lo intuya pero me dedique a hacer de todo para no sentirlo. Eso significa que frente al dinamismo de la vida, yo siempre tendré una misma respuesta fija e inflexible. Por ejemplo, decir que sí siempre a todo (y no dar espacio a la rabia sana que me permite decir no) o no llorar las pérdidas que sufra en mi vida y no poder elaborar un buen duelo que me deje cerrar etapa y abrirme a lo nuevo.
Sin embargo, con conciencia y autoconocimiento emocional, la respuesta se dará en función de una necesidad real y de la gestión que finalmente se decida.
La gestión emocional en terapia
El trabajo emocional siempre está presente en el proceso terapéutico. Acompañar a la persona a conocerse, a escucharse, a tomar conciencia de sus necesidades, a la expresión de éstas y a una buena gestión emocional, es algo que facilita la vida y aumenta su calidad. Las emociones forman parte de nosotros y nos orientan en la vida. No las obviemos. Aprendamos de ellas, de cómo se expresan en nosotros, escuchemos lo que nos tienen que decir y luego gestionemos y decidamos en función de lo que queremos.
El mundo emocional es verdaderamente complejo y esto es solo es una pequeña parte, en el próximo post seguiremos indagando sobre el tema, a través de las 4 emociones básicas: el miedo, la alegría, la rabia y la tristeza.
Si este tema te parece interesante y crees que el trabajo terapéutico con las emociones te puede beneficiar, no dudes en contactar conmigo. Ofrezco terapias presenciales y online.
Fotografía: Thiago Thadeu
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